Existe una idea científica que, en mi opinión, supera a las demás. Explica los orígenes de todas las formas de vida y de todo diseño biológico. Descarta la necesidad de Dios, o de un propósito en la vida. Es, por supuesto, la idea de Darwin de la evolución por selección natural.
Las implicaciones de la selección natural son tan profundas que la gente se ha visto asombrada o enfurecida, fascinada o ultrajada, desde que fue propuesta en 1859 en El origen de las especies. Esta es la razón por la que Dennet (1995) la llama “La peligrosa idea de Darwin”. Tristemente, mucha gente ha malinterpretado la idea y, lo que es peor, la ha usado para defender doctrinas políticas indefendibles que no tienen nada que ver con el darwinismo.
Todo lo que necesitas para que la selección natural comience es un replicador en un entorno apropiado. Un replicador es algo que se copia a sí mismo, aunque no siempre perfectamente. El entorno debe ser capaz de permitir al replicador crear numerosas copias de sí mismo, aunque no todas puedan sobrevivir.
¿Puede realmente ser tan simple? Sí. Todo lo que ocurre es ésto: en cualquier generación replicada, no todas las copias son idénticas y algunas son más capaces de sobrevivir en ese entorno que otras. Consiguientemente, hacen más copias de sí mismas y ese tipo de copia se convierte en el más numeroso. Entonces las cosas empiezan a complicarse, claro. La población de copias en rápida expansión comienza a alterar el entorno y eso cambia las presiones de selección. Variaciones locales en el entorno significan que diferentes tipos de copias se las arreglarán mejor en distintos lugares y así surge más complejidad. De este modo el proceso puede producir todos los tipos de complejidad organizada que observamos en el mundo vivo; y, sin embargo, todo lo que necesita es este proceso sencillo, elegante, bello y obvio: la selección natural.
Las propiedades hábiles podrían incluir la capacidad de moverse en el entorno para encontrar el cieno, atrapar un isocieno3-7 y fijarse a él, o construir una membrana alrededor de sí misma. Cuando aparecen las motas con membranas, empezarán a imponerse sobre las motas flotantes y se producen las super-motas.
Pasan otros millones de años y se descubren trucos tales como admitir a otras motas en el interior de la membrana, o la unión de varias super-motas. Aparecen super-mega-motas, como los animales pluricelulares, con suministros propios de energía y partes especializadas que les permiten moverse y protegerse. Sin embargo, estos resultan ser sólo comida para super-mega-motas todavía más grandes. Solo es cuestión de tiempo hasta que una variación aleatoria, junto con la selección natural, produzcan un vasto mundo vivo. En el proceso, se han creado y han muerto billones y billones de motas fracasadas, pero un proceso lento y ciego como este produce resultados. “Resultados” en nuestro planeta incluyen bacterias y plantas, peces y ranas, ornitorrincos, y nosotros mismos.
El diseño aparece de la nada. No se necesita un creador o un plan maestro, y ningún destino final hacia el cual la creación se esté encaminando. Richard Dawkins (1996) lo llama “Escalada al monte improbable”. No es más que un proceso sencillo pero inexorable, en el que se crean cosas increíblemente improbables.
Es importante recordar que la evolución no tiene previsión y por tanto no produce necesariamente la “mejor” solución. La evolución sólo puede proceder desde donde se encuentra ahora. Por esta razón, entre otras, tenemos un diseño de ojos tan raro, con todas las neuronas saliendo por la retina y tapando la luz. Una vez que la evolución se encaminó hacia este tipo de ojo, le tocó bregar con él. No había ningún creador para decir “Oir, empecemos de nuevo, pongamos los cables por detrás“. Ni había un creador que dijera “Venga, vamos a hacerlo divertido para los humanos”. A los genes simplemente no les importa.
Comprendiendo el proceso de la selección natural podemos ver cómo nuestros cuerpos llegaron a ser como son. Pero, ¿y nuestras mentes? , por ejemplo, ¿por qué pensamos sin parar? Desde un punto de vista genético esto parece extremadamente despilfarrador, y los animales que malgastan energía no sobreviven. El cerebro usa alrededor del 20% de la energía del cuerpo mientras que pesa sólo el 2%. Si pensáramos pensamientos útiles, o resolviéramos problemas relevantes, tendría algún sentido, pero en general no parece que lo hagamos. Entonces, ¿por qué no podemos simplemente sentarnos y no pensar?
¿Por qué creemos en un yo que no existe? Alguien quizás podrá explicarlo en términos evolutivos, pero al menos en la superficie parece inútil. ¿Por qué construir una idea falsa del yo, con todos sus mecanismos en defensa de la autoestima y el miedo a fracasar y perder, cuando desde un punto de vista biológico es el cuerpo el que necesita protección? Obsérvese que si pensáramos en nosotros mismos como un organismo único, no habría problema, pero no lo hacemos; antes bien parecemos creer en un yo separado; algo que domina al cuerpo; algo que debe ser protegido de por sí. Apuesto a que si te preguntara “¿Cual preferirías perder, tu cuerpo o tu mente?”, no te tomaría mucho tiempo decidir.
1 comentario:
joder no sabia donde iba a meter una fracesita, bueno enorabuena si has encontrado este comentario.
Na decirte q si poner algun articulo mas cortito me avisas, xq tu sabes q no soy yo de muxo leer jejejeje, y encima menos de cosas raras.
Bueno señor Daniel y como alguien me dijo "no dejes para mañana la q pueda caer hoy"
el david como: mañana sera otro dia
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