viernes, 30 de noviembre de 2007

La Peligrosa Idea de Darwin

Existe una idea científica que, en mi opinión, supera a las demás. Explica los orígenes de todas las formas de vida y de todo diseño biológico. Descarta la necesidad de Dios, o de un propósito en la vida. Es, por supuesto, la idea de Darwin de la evolución por selección natural.

Las implicaciones de la selección natural son tan profundas que la gente se ha visto asombrada o enfurecida, fascinada o ultrajada, desde que fue propuesta en 1859 en El origen de las especies. Esta es la razón por la que Dennet (1995) la llama “La peligrosa idea de Darwin”. Tristemente, mucha gente ha malinterpretado la idea y, lo que es peor, la ha usado para defender doctrinas políticas indefendibles que no tienen nada que ver con el darwinismo.

Todo lo que necesitas para que la selección natural comience es un replicador en un entorno apropiado. Un replicador es algo que se copia a sí mismo, aunque no siempre perfectamente. El entorno debe ser capaz de permitir al replicador crear numerosas copias de sí mismo, aunque no todas puedan sobrevivir.

¿Puede realmente ser tan simple? Sí. Todo lo que ocurre es ésto: en cualquier generación replicada, no todas las copias son idénticas y algunas son más capaces de sobrevivir en ese entorno que otras. Consiguientemente, hacen más copias de sí mismas y ese tipo de copia se convierte en el más numeroso. Entonces las cosas empiezan a complicarse, claro. La población de copias en rápida expansión comienza a alterar el entorno y eso cambia las presiones de selección. Variaciones locales en el entorno significan que diferentes tipos de copias se las arreglarán mejor en distintos lugares y así surge más complejidad. De este modo el proceso puede producir todos los tipos de complejidad organizada que observamos en el mundo vivo; y, sin embargo, todo lo que necesita es este proceso sencillo, elegante, bello y obvio: la selección natural.

Las propiedades hábiles podrían incluir la capacidad de moverse en el entorno para encontrar el cieno, atrapar un isocieno3-7 y fijarse a él, o construir una membrana alrededor de sí misma. Cuando aparecen las motas con membranas, empezarán a imponerse sobre las motas flotantes y se producen las super-motas.

Pasan otros millones de años y se descubren trucos tales como admitir a otras motas en el interior de la membrana, o la unión de varias super-motas. Aparecen super-mega-motas, como los animales pluricelulares, con suministros propios de energía y partes especializadas que les permiten moverse y protegerse. Sin embargo, estos resultan ser sólo comida para super-mega-motas todavía más grandes. Solo es cuestión de tiempo hasta que una variación aleatoria, junto con la selección natural, produzcan un vasto mundo vivo. En el proceso, se han creado y han muerto billones y billones de motas fracasadas, pero un proceso lento y ciego como este produce resultados. “Resultados” en nuestro planeta incluyen bacterias y plantas, peces y ranas, ornitorrincos, y nosotros mismos.

El diseño aparece de la nada. No se necesita un creador o un plan maestro, y ningún destino final hacia el cual la creación se esté encaminando. Richard Dawkins (1996) lo llama “Escalada al monte improbable”. No es más que un proceso sencillo pero inexorable, en el que se crean cosas increíblemente improbables.

Es importante recordar que la evolución no tiene previsión y por tanto no produce necesariamente la “mejor” solución. La evolución sólo puede proceder desde donde se encuentra ahora. Por esta razón, entre otras, tenemos un diseño de ojos tan raro, con todas las neuronas saliendo por la retina y tapando la luz. Una vez que la evolución se encaminó hacia este tipo de ojo, le tocó bregar con él. No había ningún creador para decir “Oir, empecemos de nuevo, pongamos los cables por detrás“. Ni había un creador que dijera “Venga, vamos a hacerlo divertido para los humanos”. A los genes simplemente no les importa.

Comprendiendo el proceso de la selección natural podemos ver cómo nuestros cuerpos llegaron a ser como son. Pero, ¿y nuestras mentes? , por ejemplo, ¿por qué pensamos sin parar? Desde un punto de vista genético esto parece extremadamente despilfarrador, y los animales que malgastan energía no sobreviven. El cerebro usa alrededor del 20% de la energía del cuerpo mientras que pesa sólo el 2%. Si pensáramos pensamientos útiles, o resolviéramos problemas relevantes, tendría algún sentido, pero en general no parece que lo hagamos. Entonces, ¿por qué no podemos simplemente sentarnos y no pensar?

¿Por qué creemos en un yo que no existe? Alguien quizás podrá explicarlo en términos evolutivos, pero al menos en la superficie parece inútil. ¿Por qué construir una idea falsa del yo, con todos sus mecanismos en defensa de la autoestima y el miedo a fracasar y perder, cuando desde un punto de vista biológico es el cuerpo el que necesita protección? Obsérvese que si pensáramos en nosotros mismos como un organismo único, no habría problema, pero no lo hacemos; antes bien parecemos creer en un yo separado; algo que domina al cuerpo; algo que debe ser protegido de por sí. Apuesto a que si te preguntara “¿Cual preferirías perder, tu cuerpo o tu mente?”, no te tomaría mucho tiempo decidir.

La mente colmena y la 'inteligencia'

Estoy leyendo "Out of Control" de Kevin Kelly. No es un libro fácil, los conceptos de acumulan y los ejemplos son muy plásticos. En fin, un gran libro que recomiendo leer con paciencia. No creo que sea bueno leerlo de una sentada. Su extensión y densidad no lo recomienda.

En su libro Kevin nos habla de la capacidad de los insectos –con un cerebro pequeño capaz de realizar solo unos cuantos actos más o menos reflejos- de combinarse en cantidades ingentes para convertirse en verdaderos entes superiores que "parecen" pensar. Tanto el hormiguero como el panal de abejas o su enjambre, son una muestra de ello. Se trata del poder "tonto" del individuo convertido en "listo" por la interacción de miles o cientos de miles de dichos individuos.

Es por eso que quiero aplicar alguno de los conceptos de Kevin Kelly a reflexiones sobre la nanotecnología. A medida que esta ciencia microscópica consiga sus primeros éxitos, millones de componentes podrán ser programados actuar en grupo dando paso a soluciones complejas. Igual que un hormiguero o un enjambre de abejas.

La nanotecnología es, sin duda, la ciencia que más "elementos" individuales va a generar en los próximos años. No hablaremos de tragarnos una píldora para el dolor de cabeza, nos tomaremos una cucharada de 100.000 millones de moléculas especializadas en buscar lugares con tensión en nuestro cerebro y relajarlos. Como en el caso de las abejas o de las hormigas, cada molécula no será capaz más que de una docena de acciones previamente programadas en su genética. Sin embargo, juntas por millones, serán capaces de realizar tareas comparables a las hoy realiza el mejor cirujano neurológico del mejor hospital del mundo.

Kelly nos cuenta como, ya en estos momentos, se está utilizando un algoritmo inventado por un científico informático, Pentti Kanerva, que ha denominado su técnica "memoria dispersa distribuida", para programar robots –todavía de cierto tamaño- para que sean capaces de autogestionarse, independientes de cualquier control central, a millones de kilómetros de cualquier humano. Este tipo de robots permitirán, por ejemplo, que, de forma relativamente barata, se envíen a la luna, con un cohete desechable, miles de estas unidades que –programadas con un sistema de memoria dispersa distribuida- serán capaces de tomar decisiones inteligentes en base a reflejos preprogramados en cada individuo. Son la avanzadilla de su utilización – a nivel molecular- en cualquier ser vivo.

A medida que la nanoproducción consiga sus primeros éxitos, millones de componentes individuales podrán ser programados genéticamente para responder a un número finito de impulsos que –cuando se gestionen en grupo- darán paso a soluciones complejas a problemas que antes no tenían solución.

El algoritmo de Kanerva permite programar equipos y a sus memorias para su comportamiento en grupos basándose en la interrelación de los individuos, sin embargo, con el crecimiento del número de unidades se pierde el control del enjambre que –sin embargo- como si se tratará de un rebaño de ovejas, pueden ser dirigidos con pequeñas presiones en los vértices externos del mismo.

Cada día, cuando dispongamos de millones de nanorobots o moléculas programables, este tipo de algoritmos será más importante para conseguir lo imposible, que millones de seres diminutos –bastante tontos individualmente- lleven a cabo funciones, extraordinariamente inteligentes, para nosotros. La posible lucha contra el envejecimiento y contra el cáncer pasará por estos diminutos guerreros a nuestro servicio.

La herejía de los cátaros


Pese a ser condenados por la Iglesia, los cátaros fueron, a su modo, auténticos cristianos. Frente a la corrupción que veían en la jerarquía católica, ellos trataron de vivir según las enseñanzas del Evangelio.

Según Pèire Autier, un prestigioso notario y jurista occitano que a principios del siglo XIV lo abandonó todo para entregarse al catarismo, cabía adoptar dos caminos en el mundo religioso medieval: el de una Iglesia que huye y perdona, que sigue el ejemplo de los apóstoles; u el de otra que posee y desolla, la Iglesia de Roma. Esta última, persigue y mata a todos aquellos que se oponen a sus pecados y a sus prevaricaciones; y no huye de ciudad en ciudad, sino que se asienta con toda grandeza y pomposidad. En la cristiandad medieval había, por tanto, una Iglesia oficial, poderosa y mundana, que se había alejado por completo del mensaje evangélico, y una Iglesia de Cristo auténtica, fiel seguidora de la vida apostólica, consecuente con los principios evangélicos y víctima de la persecución que Jesucristo había anunciado a sus seguidores más genuinos. Bajo esta premisa nació el catarismo, el más importante movimiento religioso disidente que se extendió de forma discontinua por Europa entre los siglos XI y XV. Los cátaros eran firmes seguidores de Jesús: consagraban su vida a las sagradas escrituras, con una predilección especial por el evangelio de Juan; reproducían los ritos, las prácticas y el modelo de organización del cristianismo primitivo, y, por último, creían en un modelo de salvación fundado en la recepción de un único sacramento, el bautismo del Santo Espíritu, llamado por ellos consolament. La mayoría de las Iglesias cátaras admitían un dualismo, es decir, la existencia de dos principios originarios, opuestos e irreconciliables: Dios, autor de los espíritus, del bien y del Nuevo Testamento, y creador de una obra incorruptible y eterna; y Satanás, autor de la materia, del mal y del Antiguo Testamento, y de todas las cosas vanas y corruptibles (incluyendo el universo, el mar, los animales, los seres humanos…). Precisamente, los ángeles caídos del paraíso estaban condenados a permanecer encerrados para siempre en esos cuerpos de carne. Para los cátaros, el único objeto de la historia de la humanidad consistía en lograr la salvación sucesiva de unos espíritus caídos que, en caso de no recibir el consolament —el único sacramento del catarismo— en el momento de su muerte, vagarían consumidos por el fuego de Satanás, al menos hasta que no lograsen encarnarse en otro cuerpo y emprender una nueva vida. La iglesia de los cátaros fue brutalmente reprimida por la iglesia de Roma, y puso fin a su existencia a finales del siglo XIV en las tierras occitanas, en el norte de Italia a principios del siglo XV y, como último reducto, en las tierras de Bosnia con la invasión de los turcos a mediados del siglo XV.